miércoles, 11 de marzo de 2009

Erzsébet... Mi obsesión. Cap. 3

Capítulo 3
La Retrospección

Toda mi vida la vi pasar en un relámpago de recuerdos, hasta que por fin logré abrir mis ojos otra vez. ¿Estaba muerto? Eso creía, pero todo lo que me rodeaba era muy terrenal. Me puse de pie dificultosamente, aún débil, concluyendo que lo que había ocurrido no era más que un mal sueño.
Comencé a contemplar el ambiente que me rodeaba, la bruma había desaparecido, el día estaba en su esplendor, pero era opacado por las densas nubes que cubrían el cielo y que entregaban al lugar una sensación de solitariedad que no estaba para nada alejado de lo que realmente ocurría.
Solo, en la misma colina que ocurrió todo, confundido, sin entender nada, con una extraña necesidad de aquello que perdí en gran cantidad, "sangre" . Me sentía destrozado, la sed de sangre se volvía cada vez más insoportable. Busqué a mi alrededor alguna respuesta a lo que pasaba, y de pronto mi sorpresa fue tal, que mi cuerpo tembló de una manera inhumana. Frente a mis ojos, estaba aquel castillo que sólo había visto en imágenes, morada de la leyenda, hogar sanguinario, testigo de la crueldad, más vivo que nunca, ni comparado a las ruinas de mis fotografías, estaba en su máxima expresión, alzado al cielo, como en aquellos años en que la sangre bañaba sus paredes con las manos de la condesa.
Csejthe, el castillo de mi obsesión, con su imponente presencia, extraña por lo demás, me invitaba a sus puertas a conocer la muerte. Algo en mi interior me decía que ahí encontraría las respuestas a esta extraña situación.
En mi cabeza la confusión se daba un festín. ¿A qué se debía que el castillo estuviera intacto? El paraje, aunque similar a como lo recordaba, poseía en el aire algo que lo hacía parecer un paisaje de esos años de antaño, 1500, 1600, fecha coincidente a la de la vida de Erzsebet. ¿Tendría relación todo esto con las últimas palabras que escuché de esa mujer? Su nombre, nombre de la condesa. ¿Podría ser cierto? ¿Era realidad lo que ocurría o tan sólo efecto de mi locura? Lo que sí era real eran mi cansancio, curiosidad y la cada vez más fuerte necesidad de sangre.
¿Tan obsecionado estaba con la condesa sangrienta que había llegado a inventar un sueño tan elaborado? La confusión no podía ser mayor, o eso pensaba antes de quedar atónito en los alrededores del castillo. El olor a muerte y podredumbre que asolaba el lugar llegó a causarme náuseas; sorprendentemente podía sentir los olores con una inmensa fineza. De pronto, mi estupor se acrecentó a tal punto que no pude mantenerme en pie. Aún no llegaba al castillo, pero lo que vi me descolocó. Frente a mis ojos, en el piso, un charco de sangre fresca, y sobre él, un mástil de madera, que estaba embetunado en sangre que fluia con fuerza del cuerpo de una joven niña de no más de 15 años que agonizaba en las postrimerías de su vida empalada en la punta de ese trozo de madera. Pude oír su sufrida voz apenas articulada pidiéndome ayuda. Yo estaba con mi cara bañada en lágrimas contemplando aquella escena sin poder realizar movimiento alguno. Pero de pronto un instinto animal comenzó a brotar desde mi interior. El hedor a sangre provocó en mí una exitación demoniaca. No pude contenerme. Me acerqué a aquel cuerpo martirizado, pero en vez de ayudar a esa pobre niña, me encargué de quitarle el último aliento de vida. Una fuerza que no pude controlar me obligó, salté de una forma inexplicable, la miré a la cara, tomé su cabeza con mis manos y de un segundo a otro me encontraba en su cuello disfrutando de aquel líquido vital, sintiendo cómo su corazón dejaba de latir, y el mío volvía a renacer. Mis fuerzas se recuperaban, y de golpe el trance me abandonó. Desperté. Me vi aferrado a aquel cuerpo inerte, y de inmediato lo solté con terror. Caí sobre el charco de sangre, aterrado de mí mismo, con deseos de morir, viendo lo que había hecho, llorando en un mar de lágrimas incontenibles, preguntándome cada segundo que es lo que había ocurrido. Me puse de pie. Corrí, asustado, sin saber qué hacer, sin saber quién era, en qué me había convertido, dónde estaba ni que pasaba... Cada vez más confundido de mi actuar...

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