domingo, 15 de marzo de 2009

Erzsébet... Mi Obsesión. Cap. 7

Capítulo 7
"La Sentencia"

Por un momento en mi camino nocturno resurgió lo poco de humano que quedaba en mi interior. Comencé a mirar el lugar con otros ojos, recordando lo mucho que deseaba vivir en esta época, y un tenue sentimiento de nostalgia se apoderó de mí por un segundo. Pero no duró mucho, tenía una misión que llevar a cabo que no podía postergar por burdos sentimentalismos.
Seguí mi carrera asesina, y me detuve frente a una gran mansión, hogar de uno de los principales responsables de la condena. Era hora de dejar la sensibilidad de lado y sacar toda mi crueldad a flote.
Ingresé en aquel aposento apestado de humanidad, a estas alturas el hedor humano me repugnaba. Caminé lentamente registrando el lugar y pude apreciar con gran exitación que allí una familia completa descansaba. Era la oportunidad de poner a prueba mi ingenio nuevamente. La familia del culpable pagaría primero, a veces el dolor de los seres queridos se siente con más fuerza que el dolor propio. Antes de morir su castigo sería presenciar la muerte de su parentela.
Ya en la habitación, lo vi, un cebo grasiento, indigno ser humano, inmerecedor de vida. Junto a él reposando se encontraba su bella mujer, para nada merecedora de aquél mórbido ser. La gran sala separada por una imponente cortina dividía el lugar con la habitación de los pequeños, un niño de no más de 5 años y una joven hermosa de unos 18, que por cierto tendría un papel especial esta noche.
Ya conocidos los protagonistas de la función, me dispuse a comenzar. Con mi aliento hipnotizador alejé de la realidad a la mujer y sus hijos, para preparar al inmundo en su palco preferencial.
Utilizando las cortinas até al hombre a una silla impidiéndole escapar, y para asegurarme lo paralicé con mi aliento. Era hora de comenzar. Tomé materiales que en la misma casa encontré. Hilos y una aguja de hierro. Al instante del primer contacto un hilo de sangre corrió por su cara. Empecé a coser sus párpados a su piel para asegurarme de que luego no intentara cerrar sus ojos. Exitado disfrutaba viendo el hilo incrustarse en su piel, y cómo la aguja perforaba su cara sin compasión. Reconozco que a veces la tentación me empujaba a desgarrar esa delgada capa de piel que cubría sus ojos. También disfrutaba oyendo sus gritos de desesperación y dolor, al saber que la parálisis no le permitía reaccionar. Ya terminados sus ojos sentí que unas simples cortinas a modo de sogas era algo muy vago para amarrar a tan inmundo ser. Tomé unos extraños cubiertos, muy parecidos a tenedores comunes, y con esto me dispuse a clavar la piel grasienta de sus brazos a la madera de la silla, pero su poca elasticidad me obligó a adaptar un poco sus huesos. Tomé un madero y comencé a azotarlo contra sus hombros. Un hermoso sonido se escuchó cuando sus huesos tronaron con el último golpe. Ahora con sus brazos dislocados pude clavar su piel por fin a la silla. Todo listo. Sin que dejara de gemir como niña me acerqué a su familia, pero oí entre llantos la voz del sentenciado: "¿Quién eres, por qué haces esto?". Yo me limité a responder: "Sólo cobro lo que debes por lo que hiciste". Luego de esto tomé con mis manos el cuerpo paralizado de la mujer, y antes de comenzar agregué: "Disfruta del espectáculo pestilente humano". Me acerqué a las brasas de la chimenea y las esparcí por el suelo. Como un juguete posé los pies de la mujer sobre la madera carbonizada, y disfruté la canción del sufrimiento acompañada de un olor a carne quemada que poco a poco se acrecentaba. Terminado esto golpeé el vidrio de un espejo cercano, y con un trozo de éste comencé a rasgar el vientre de la mujer. Deseaba ver ese interior descubierto, mis manos felices jugaban con sus órganos que rápidamente dejaron de funcionar. Su cuerpo sin vida yacía inmóvil frente al culpable que se encontraba ahogado en un mar de lágrimas. Con mis manos tomé el corazón de la mujer y lo saqué de su lugar, para acercarme al obeso grasiento y pasarlo por su cara que enseguida de rojo se tiñó. Luego de esto dejé el órgano en sus piernas.
Una muerte rápida, aún quedaban dos víctimas de las cuales disfrutar y el tiempo corría en mi contra, la tortura debía ser lamentablemente corta, pero en los jóvenes me desquitaría. Debía continuar con la sentencia...

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